Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




miércoles, 20 de septiembre de 2017

No es país para enmiendas



 Es inevitable para cualquier que tenga estudios en Derecho, Economía  o CC Políticas no andar pendiente estas últimas fechas de todo cuanto acontece en este país. Revisar todos los medios de prensa escrita diaria, así como hacerse eco de tertulias y tribunas de opinión ocupa una parte importante del día a día de quien, a fin de cuentas siente simplemente pasión por la política.

Pero es también tiempo de repasar libros y lecturas, de recordar clases y temarios, de rememorar con nostalgia tertulias que en plena clase salían a colación con argumentos tan simples como definir qué entendíamos por ideología, o hasta qué punto existía la libertad.

Ahora que tan caliente está el Affaire Cataluña, cuyo grado de tensión está empezando a adquirir tintes de gran tensión, que sin duda irán a más a medida que se acerque la señalada fecha del referéndum el uno de octubre, a mí me vienen a la memoria sobre todo las clases de Derecho Constitucional, que en buena parte significaban hacer un repaso en profundidad a la historia del constitucionalismo en España, especialmente movida en el siglo XIX.

Recuerdo que al estudiar derecho comparado uno sentía como cierta envidia de países como el Reino Unido, cuya constitución no escrita y su compendio de normas, (Common Law), pasan por ser los más viejos del continente. Me admiraba entonces y aún me admira contemplar qué valor otorgan los británicos a la ley, no derogando nunca leyes, por muy antiguas que fuesen, dejando que sirvieran de apoyo a las nuevas, tapando llegado el caso las lagunas que las más recientes tuviesen, permitiendo que lo legislado en el pasado no acumulase polvo en libros de leyes, y reconociendo, de alguna manera, la labor de trabajo y esfuerzo de todos aquellos que anteriormente intentaron regular la convivencia y la vida de sus ciudadanos. Y todo ello más allá de posturas partidistas.

Comparando aquellas disposiciones, y en conjunto la historia constitucional británica con la española, la equiparación puede sonar a chufla. Solo comprobando el número de constituciones aprobadas y puestas en vigor en este país desde que se abriera la veda con la recordada y homenajeada “Pepa” de 1812, hasta la que ahora tiene vigencia, la de 1978, se le caen a uno los palos del sombrajo. Según el bando y el signo ideológico de quien llegara al poder, las normas aplicables al colectivo mutaban ipsofacto, dejándose en suspenso cualquier disposición previa, desechada en su totalidad.

Y es que este es un país que solo sabe enmendar a la totalidad.


Nada de lo anterior es útil, Todo es desechable, todo viene con fecha de caducidad, la que dictamina el cambio de actores que cambian con su llegada el paisaje. ¿Qué clase de proyecto colectivo es aquel en el que nada se mantiene más allá de los idearios? En el caso de Cataluña es algo así como un bucle, una especie de eterno retorno carente donde el mismo problema se reproduce, como si la cuestión cabalgara sobre una máquina del tiempo. Al Estat Catalá que proclamase Maciá, sin el consentimiento de la legalidad republicana, le sustituye ahora el cacareado referéndum de autodeterminación que se salta todas las normas del ordenamiento jurídico vigente, que se convoca porque se ha vulnerado el Estatut. Y el proceso es el mismo en los dos casos. Se tensa la cuerda hasta que llega el enfrentamiento y después quien sabe por dónde explotará la caldera.

No conocer la historia condena a repetirla. Aquí la historia no la conocemos por libros, pero todos sabemos cómo se las gasta el inquilino de la piel de toro cuando de solventar disputas se trata. Estamos muy cerca de volver a liarnos a mamporros, en sentido figurado y quizá no tanto. Más que a historiadores, uno echa en falta a políticos que no sean tuertos, que no vean la realidad que les conviene despreciando al otro y que sean capaces de construir puentes que son los que facilitan la convivencia.  

Menos enmiendas a la totalidad, y más enmiendas a la realidad y a la sensatez.

viernes, 1 de septiembre de 2017

El canto de un grillo



  Hace apenas unos días, antes de que el cambio de temperatura nos anunciase la próxima llegada del otoño, una pequeña sorpresa vino a instalarse en la noche cerca de la ventana del salón de mi casa. Como tantas otras noches, intentando sobreponerme al cansancio de todo el día de trabajo, por aquello de no dejar ni un solo día sin aprovechar algunas horas para mis cosas, intentaba yo leer, cuando un sonido inesperado vino a distraerme de mis lecturas.

 Un grillo, comenzó a cantar. 

 Solté el libro y como un resorte me asome por la ventana. Completamente a oscuras, sin más referencia que la de mi oído, intente orientarme buscando cual podría ser la procedencia de tan tierno canto. Y como viene siendo habitual, a poco de apoyar mis brazos en el alfeizar de la ventana, el canto remitió. Mi sola presencia, aunque fuera a lo lejos, alerto a mi minúsculo músico nocturno, parando su melodía para camuflarse en la profundidad de la oscura noche.

 Pero él volvería. Solo necesitaba alejarme de la ventana, eliminar mi presencia de su zona de seguridad, para que volviera a las andadas. Y así ocurrió, A poco apartarme de la ventana, mi minúsculo amigo volvió a hacer vibrar sus órganos timpánicos para hacer de su llamada un rito de apareamiento con alguna grilla, o simplemente para hacer notar su zona de influencia como buen macho.

 Sentado en el sofá, de vuelta a mi libro, que manoseaba con las manos pero anclado en la misma línea donde había dejado la lectura antes de oír el canto, mi mente dejaba rienda suelta a los recuerdos, y así en esa tesitura, con una sonrisa en los labios, repentinamente mi cabeza fue divagando acercándome a recuerdos de infancia, alejándome en el tiempo más de treinta y cinco años atrás, cuando salía con mi padre por el campo buscando grillos que poder llevarnos a casa. Ataviados con una pequeña pajita, simple brizna de trigo, la agitábamos suavemente dentro de la grillera, que previamente habíamos localizado gracias al agudo oído de mi padre y a su destreza para localizar tan minúsculos agujeros excavados en el suelo por el insecto. El reclamo de la paja surtía efecto consiguiendo que saliera de su guarida y el último paso consistía en identificar a la presa: si era grilla se devolvía a su agujero, ( las grillas no cantan), y si era macho acababa en algún recipiente, que nos sirviera de improvisado transporte, hasta llevarle a su nuevo hogar, una grillera redonda de plástico, que comprábamos en ferreterías o mercadillos de calle. Colgado de algún clavo en la fachada de la casa y cerca de la ventana, con su hoja de lechuga para alimentarlo, aquel nimio personaje extraído de las profundidades de la tierra nos amenizaba las largas noches en vela donde el calor insoportable no conocía de mejores formas de combatirlo, que tomando el fresco (¿El fresco?, ¡Qué fresco!), hasta altas horas de la madrugada, inigualable oportunidad de organizar tertulias infinitas.




  Siendo muy sincero no recuerdo cuando fue la última vez que oí cantar a un grillo. Desde luego no fue en mi casa, donde el pequeño jardín trasero que hay a veces parece de attrezzo con unos árboles de hoja caduca que solo dan cobijo a alguna paloma de vez en cuando y un almendro que es la gran estrella, especialmente cuando luce esplendoroso con sus primeros brotes a comienzos de primavera, cada año. Vive uno en estado de completo abotargamiento, ajeno a estímulos sencillos, corrientes, aquellos que hace años nos acompañaban en la infancia y adolescencia y a los que seguramente no dábamos importancia alguna por ser obvios y estar ahí siempre. Hoy que mi vida está llena de comodidades, en cambio descubro como el  canto de grillo en una noche de verano puede darme más vida y alegría que cualquiera de todos esos aparatos que me hacen más fácil la vida. Más fácil sí, pero menos sensible, y menos humana, aunque haga por no darme cuenta.