En Sostiene
Pereira todo es asfixiante. El calor de la canícula lisboeta, apenas aliviado por
la brisa marina de un Atlántico que no tiene compasión con los vecinos del
delta del Tejo. La convivencia del
protagonista en su angosto domicilio, sujeto a las reglas de una portera impertinente
y mal encarada que a su faceta clásica de cotilla, suma la de posible confidente de la policía política.
Es asfixiante el empleo de nuestro protagonista,
antiguo reportero de sucesos, que tras una hoja de servicios de más de treinta
años, completa los últimos años de profesión, enfrascado en la redacción de efemérides
culturales, y reseñas necrológicas de escritores, que han de ajustarse a las
premisas del editor de su diario vespertino, católico y acolito del ya instaurado régimen político del país.
Asfixia y angustia el clima reinante en la ciudad, y
por ende, en todo el país, siempre atento a las noticias que llegan de la
vecina España, ya inmersa en su sangrienta Guerra Civil. Bajo la aparente normalidad
de quien vive ajeno al drama de los vecinos, y que mira a otro lado creyendo
que la deriva fascista del continente no afecta a la siempre anglosajona
Portugal, aliada y alienada ahora a las tesis germanófilas gracias a la labor
del gobierno salazarista.
En medio de un clima así Pereira consigue mantener
en marcha su enfermo corazón, necesitado de balnearios y curas en clínicas, anhelante
de un pasado al que intenta aferrarse charlando con el retrato de su fallecida
esposa, y cuyas cavilaciones cada vez tienen más presente el tema de la muerte.
Antonio
Tabucchi construye magistralmente
la imagen fija de una Europa asomada al abismo. Y lo hace a través de un
testigo humilde, mediante la mirada de un periodista en el ocaso de su vida
profesional, que se ve obligado a replantearse su cómodo conformismo a
consecuencia de la contratación de un ayudante de redacción para su sección de
cultura, que acaba por manifestarse como un revolucionario que solo escribe
reseñas inutilizables e impublicables. La aparición de Montero Rossi y su misteriosa camarada, Marta, darán un giro de ciento ochenta grados a la vida de este
reportero que vuelve a la vida, replanteándose todos sus principios.
Dotada de un brío y ritmo trepidantes, gracias a la
distribución en capítulos cortos, y la inmersión de los diálogos en la narración,
sin separaciones, muy en el estilo que ha dado fama universal a Saramago, el
lector acaba viviendo los avatares de un viejo de vida aburrida que acaba dando
a su existencia un sentido gracias a la aparición de su clandestino y problemático
colaborador. Así sufre su mismo calor sofocante, saborea las refrescantes
limonadas con azúcar, y degusta las exquisitas omelettes a las finas hierbas a las que el protagonista es
aficionado, y que con frecuencia saborea en alguno de los cafés o restaurantes
de la ciudad; así el lector se convierte en improvisado acompañante de Pereira en
su lento pero constante transitar por
las inevitablemente empinadas calles de la vieja Lisboa.
Sostiene Pereira, el título que es en realidad una coletilla
que el narrador omnisciente repite sin cesar para involucrar al lector, que termina
viviendo en la Portugal a las puertas de
la segunda Guerra Mundial. 1938 es el año en que la II República Española toco fondo, entregando la cuchara en un
conflicto que sirvió de banco de pruebas para la Gran Guerra. Con ese trasfondo
histórico, Tabucchi construye esta
historia que es un homenaje a la profesión periodística, siempre sujeta a
tensiones con un poder político al que nunca termina de gustar la libertad de
expresión.
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